A veces,
en medio de bromas con algunos conocidos, les he dicho que soy como un Oso. Y
no precisamente por ser grande y suave sino por ser tosca e intimidante. Como
ellos, muchas veces siento que mi comportamiento no es del todo comprendido y
es que a pesar de las apariencias soy tímida y aunque no sea muy territorial,
suelo ser bastante cautelosa con mi entorno. Además me gusta estar sola y tengo
mis temporadas de casi hibernación, en las cuales desaparezco y me alejo.
Por si
eso fuese poco, debo reconocer que mi forma de interactuar no es muy popular,
no sé cómo acariciar y algunas veces cuando he querido hacerlo mis palabras tan
filosas como garras han terminado desgarrando e hiriendo profundamente a
quienes se acercan. Entiendo que la dureza de mis opiniones y mi sinceridad
suelen ser muchas veces aplastante o aprieta con tanta fuerza que deja sin
aliento.
Al final
yo termino gruñendo y rugiendo, porque es la forma que conozco de decir a los
amigos que estoy ahí.
Pero no todos son
admirablemente pacientes o estúpidamente curiosos como para acercarse y decidir
que a pesar de las caricias con garras y las opiniones duras, quizás vale la
pena conocerme.
Esta es la razón por la
cual no tengo amigos y los pocos que logré hacer en mi vida, quedaron a miles
de kilómetros y hoy están en una dimensión distinta y no hay internet o
whatsapp capaz de lograr que todo vuelva a ser como antes.
Hace casi 4 años que vivo
en Chile y las pocas personas que se han acercado lo suficiente a mi vida, se
quejan de mis silencios, mi distancia o mis pocos esfuerzos para que la amistad
crezca...
El problema es que no creo
en esfuerzos para hacer amigos... Creo que la amistad es como el amor, nace sin
proponerlo y debe fluir libremente, ajustándose a tus tiempos o a los míos, sin
juicios de valor, con honestidad y franqueza. Reconozco que no me gusta llamar
por teléfono y que cuando los tiempos no coinciden, me quedo tranquila y decido
esperar a que la vida organice los tiempos y los ánimos y nos encuentre de
nuevo si debe hacerlo, no insisto, no busco, no me aferro…
Los primeros meses pensaba
que era natural mi soledad y que formaba parte del proceso de adaptación al
nuevo país, a su gente y su idiosincrasia, pero el tiempo fue pasando y aunque
habían algunas personas lo bastante aventureros como para acercarse me descubrí
incapaz de contar mis problemas a alguno de ellos. Confiar no es fácil… escucho
con calma y poco a poco logro expresarme, primero sobre cosas generales y luego
si hay suerte, sobre temas más íntimos y privados.
Desde entonces mi Dueño es
mi amigo, la única persona con quien puedo ser... El único que entiende que no
se dar palmadas en la espalda, porque prefiero ofrecer mi mano para ayudar a
levantar y mi hombro... no para llorar... sino para apoyar y seguir adelante
aunque duela, aunque cueste, aunque sea duro.
Dicen que cuando vives una
época negativa es difícil descubrir que no tienes con quien compartir tus
tristezas porque muchos se alejan… Y yo siento que es peor no tener con quien
compartir tus sonrisas y tu alegría…
He querido cambiar, pero
solo he aprendido a quedarme callada, guardar mis opiniones y ser políticamente
correcta. Extraño la sinceridad de los amigos, la largas noches de conversación
intentando cambiar el mundo, los consejos que nacen después de las lágrimas y
el apoyo incondicional en cada amor y cada desamor.
Extraño la risa espontanea,
la compañía buscada, las tardes cortas para tanta conversación. Extraño las
salidas de mujeres, las tardes de helados o de cine, extraño las críticas
constructivas y los consejos que no quiero escuchar pero que me han ayudado
tanto…
(Suspiro)
Mientras tanto, sigo mi
camino en solitario… Pensando en lo poco
acostumbrados que están todos a las relaciones honestas, lo duro que puede ser
para el Amo tener sobre sus hombros la responsabilidad de acompañarme y
escucharme y lo difícil que es estar solo en las malas y en las buenas…