20 de noviembre de 2014

La soledad



A veces, en medio de bromas con algunos conocidos, les he dicho que soy como un Oso. Y no precisamente por ser grande y suave sino por ser tosca e intimidante. Como ellos, muchas veces siento que mi comportamiento no es del todo comprendido y es que a pesar de las apariencias soy tímida y aunque no sea muy territorial, suelo ser bastante cautelosa con mi entorno. Además me gusta estar sola y tengo mis temporadas de casi hibernación, en las cuales desaparezco y me alejo. 


Por si eso fuese poco, debo reconocer que mi forma de interactuar no es muy popular, no sé cómo acariciar y algunas veces cuando he querido hacerlo mis palabras tan filosas como garras han terminado desgarrando e hiriendo profundamente a quienes se acercan. Entiendo que la dureza de mis opiniones y mi sinceridad suelen ser muchas veces aplastante o aprieta con tanta fuerza que deja sin aliento.

Al final yo termino gruñendo y rugiendo, porque es la forma que conozco de decir a los amigos que estoy ahí.


Pero no todos son admirablemente pacientes o estúpidamente curiosos como para acercarse y decidir que a pesar de las caricias con garras y las opiniones duras, quizás vale la pena conocerme.

Esta es la razón por la cual no tengo amigos y los pocos que logré hacer en mi vida, quedaron a miles de kilómetros y hoy están en una dimensión distinta y no hay internet o whatsapp capaz de lograr que todo vuelva a ser como antes. 


Hace casi 4 años que vivo en Chile y las pocas personas que se han acercado lo suficiente a mi vida, se quejan de mis silencios, mi distancia o mis pocos esfuerzos para que la amistad crezca... 

El problema es que no creo en esfuerzos para hacer amigos... Creo que la amistad es como el amor, nace sin proponerlo y debe fluir libremente, ajustándose a tus tiempos o a los míos, sin juicios de valor, con honestidad y franqueza. Reconozco que no me gusta llamar por teléfono y que cuando los tiempos no coinciden, me quedo tranquila y decido esperar a que la vida organice los tiempos y los ánimos y nos encuentre de nuevo si debe hacerlo, no insisto, no busco, no me aferro… 


Los primeros meses pensaba que era natural mi soledad y que formaba parte del proceso de adaptación al nuevo país, a su gente y su idiosincrasia, pero el tiempo fue pasando y aunque habían algunas personas lo bastante aventureros como para acercarse me descubrí incapaz de contar mis problemas a alguno de ellos. Confiar no es fácil… escucho con calma y poco a poco logro expresarme, primero sobre cosas generales y luego si hay suerte, sobre temas más íntimos y privados.


Desde entonces mi Dueño es mi amigo, la única persona con quien puedo ser... El único que entiende que no se dar palmadas en la espalda, porque prefiero ofrecer mi mano para ayudar a levantar y mi hombro... no para llorar... sino para apoyar y seguir adelante aunque duela, aunque cueste, aunque sea duro. 

Dicen que cuando vives una época negativa es difícil descubrir que no tienes con quien compartir tus tristezas porque muchos se alejan… Y yo siento que es peor no tener con quien compartir tus sonrisas y tu alegría…


He querido cambiar, pero solo he aprendido a quedarme callada, guardar mis opiniones y ser políticamente correcta. Extraño la sinceridad de los amigos, la largas noches de conversación intentando cambiar el mundo, los consejos que nacen después de las lágrimas y el apoyo incondicional en cada amor y cada desamor. 


Extraño la risa espontanea, la compañía buscada, las tardes cortas para tanta conversación. Extraño las salidas de mujeres, las tardes de helados o de cine, extraño las críticas constructivas y los consejos que no quiero escuchar pero que me han ayudado tanto…


 (Suspiro)


Mientras tanto, sigo mi camino en solitario… Pensando en lo  poco acostumbrados que están todos a las relaciones honestas, lo duro que puede ser para el Amo tener sobre sus hombros la responsabilidad de acompañarme y escucharme y lo difícil que es estar solo en las malas y en las buenas…
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